A las dos y media de la tarde más calurosa del verano no
quedaba un alma en la empresa. Todo el mundo aprovechaba la hora y media de la
comida para buscar una terracita donde almorzar o un árbol bajo el que comerse
el bocadillo. Ninguna de esas dos cosas se encontraba en aquel parque
tecnológico.
El en pequeño aparcamiento que la empresa tenia detrás del
edificio, el sol picaba de manera especial. Rocío atravesaba las plazas de
aparcamiento con el tedio que tanto calor exigía, abanicándose con los papeles
que le habían obligado a quedarse allí a la hora del almuerzo. Mientras caminaba
maldecía la vestimenta que les obligaban a llevar. Daría cualquier cosa por
cambiar su falda por debajo de las rodillas por los pantalones de pirata y la
blusa por una camiseta de tirantes sin nada debajo. Lo que no sabía es que para
quien la espiaba desde el interior de único coche que quedaba en el parking,
aquella falda producía más calor que el sol de julio. Para aquel hombre cada
golpe de aquella cadera era un rayo tan ardiente como el fuego. Cuando la mano
de Rocío se aferró al pasamano de la metálica escalera de servicio que la
llevaba directa a la primera planta, el hombre abrió con sigilo la puerta del
coche mientras no perdía ojo de la mujer. Eran treinta y seis años muy bien
llevados. Rocío era una mujer alta y delgada, demasiado para su gusto. Sin mucho
pecho ni muchas nalgas pero una cadera que gracias a las los tacones y a las
escaleras acabo de decidirle. Era el momento.
Sin cerrar la puerta del auto, comenzó a avanzar con rapidez
hacia aquella cadera. Rocío estaba ya en el pequeño rellano, apunto de cruzar la
puerta cuando sintió el estruendo de unos pasos en la escalera. No tuvo tiempo
de girarse, unas manos la empujaron contra la barandilla. Su estomago la detuvo
violentamente haciendo que se doblase casi a noventa grados. Sus gafas cayeron
al suelo, para desgracia del hombre al cual le excitaban particularmente las
mujeres que las llevaban.
Cuando recupero la orientación se encontró con algo metido en
la boca que le impedía gritar, hablar he incluso respirar. Intento incorporarse
pero el hombre la sujetaba con todo su peso. Solo pudo ver de él unas botas de
montaña y un pantalón azul. Su respiración se hacia mas fuerte y entrecortada
conforme el hombre comenzaba a magrearla violentamente. El aliento del hombre en
la nuca la tenia paralizada, era más amenazante que cualquier cuchillo o navaja.
Sentía la cara del tipo frotarse contra su espalda y la barandilla clavarse en
su estomago. Uno de los brazos del hombre la rodeaba completamente mientras que
la otra comenzaba a deslizarse por su pierna derecha.
El la cara del atacante se dibujo una sonrisa al comprobar la
suavidad de su piel. Comenzó a subirle la falda hasta que con su mano alcanzo el
elástico de las bragas de Rocío. Ella intento resistirse cerrando las piernas
intentaba gritar pero no hacia mas que cansarse, el forcejeo duro lo que el aire
en sus pulmones. Rápidamente el calor y la falta de aire la desplomo sobre la
barra de metal y sus bragas cayeron a sus pies. Solo uno de los tacones seguía
en su sito.
El hombre se sintió ganador. Con la mano bajo aquella falda
comenzó a recorrer el sexo de Rocío, húmedo de sudor. Introdujo uno de sus dedos
en la vajina de la mujer y después se lo dio a oler. Las lágrimas de Rocío
comenzaron a brotar.
El tipo sabia que no disponía de mucho tiempo así que saco su
miembro, terriblemente duro desde que piso el primer escalón. Empezó a mover su
cadera como un animal. Al principio su pene se deslizaba entre los sudorosos
muslos de Rocío. Ella por un momento que se conformaría con eso. Pero cuando la
mano del hombre rodeo su pierna para abrirla un poco más y busco con ansia su
clítoris. Eso fue el preludio de la brutal penetración que sintió. El pene del
hombre se clavó en lo más profundo de Rocío. Ella se estremeció como si hubiese
recibido un electroshock. Seguía sudando, seguía llorando. El hombre estuvo un
buen rato así, penetrándola con violencia. Ella era un trozo de carne postrado
sobre la barandilla de aquella escalera. Era tal su debilidad que el hombre se
confió y la soltó. Mientras la penetraba acabo de levantar su falda y pudo
amasar fuertemente las nalgas de la mujer. Después sus manos se fueron a sus
pechos, pequeños pero apetecibles. Le hubiese gustado morder aquellos pezones
pero se conformo con la nuca de la chica.
Empezó a incrementar su brusquedad. Rocío sabía que aquello
se estaba terminando, que el hombre se IVA a correr en su interior. Justo cuando
sintió la descarga sintió que un dedo entraba en su culo sin caricia previa. El
hombre volvió a abrazarla fuertemente mientras su pene se descargaba con los
espasmos finales. Aún con el miembro en su interior Rocío sintió como el hombre
le mordía una oreja…. Estaba tan cansada que apenas lo sentía.
Por fin aquel tipo saco su pene de la mujer. Introdujo un par
de dedos en su lugar y los movió en busca de su propio semen. Cuando los saco
los llevo directamente al rostro de Rocío y lo espacio por toda su cara. El olor
a semen y sudor trajo a Rocío al mundo real.
El tipo la abrazo por la cadera y la tiro contra la puerta.
Ella solo pudo ver su espalada mientras corría escalera abajo.
El sol, el semen y el sudor mantenían sus ojos entrecerrados.
Estaba sentada contra la puerta, sin un zapato, con las bragas por los tobillos
y la falda por la cintura. La blusa no tenia botones y sus pechos estaban fuera
de su blanco sujetador.
Poco a poco comenzó a moverse. Llevo una mano a su coño y
empezó a examinar los daños. Se acaricio los labios. Estaban irritados.
Introdujo uno hasta encontrar el semen del hombre, después introdujo un segundo
y siguió acariciándose hasta que acabo en un doloroso orgasmo.
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